Bermeo ha unido su destino con el mar y es la villa pesquera por excelencia de la costa vasca. Prueba de ello es la gran cantidad de recursos turísticos ligados al mar con los que cuenta. Su puerto vibra de actividad cuando llegan las capturas, sobre todo en primavera con la entrada de verdel y anchoa, cuando las embarcaciones arriban a puerto más o menos al mismo tiempo.
La cofradía de pescadores, los muelles, los barcos y las casas del puerto viejo, son el reflejo de su relación con el mar.
Bermeo cuenta también con otros recursos turísticos enclavados fuera del casco urbano. El más destacado sin lugar a dudas es San Juan de Gaztelugatxe, importante referencia para todos los que visitan, no solo Bermeo sino que Euskadi también. El paisaje de este paraje es de una belleza incomparable junto con la isla de Akatz y el Cabo Matxitxako.
Pero Bermeo cuenta también con unos barrios rurales de gran personalidad por los cuales hay senderos marcados para que quienes quieran puedan disfrutar de paseos por el entorno rural.
Museo del Pescador
Sobre el Puerto Viejo de Bermeo se alza la histórica Torre de Ercilla, declarada Monumento Nacional, y cuyos muros encierran desde 1948 las salas del Museo del Pescador. Este es uno de los pocos museos de todo el mundo dedicado exclusivamente a mostrar a los visitantes el ámbito, vida, trabajo y técnicas de los pescadores. En este museo se pueden contemplar aspectos relacionados con la descripción de la costa y los puertos pesqueros vascos; la vida y costumbres de los pescadores, sus organizaciones gremiales; las embarcaciones y las técnicas que han empleado a través del tiempo para la pesca y la navegación.
La historia de la Torre y sus habitantes está también reflejada en una de sus salas.
Ballenero Aita Guria
La importancia que ha tenido la pesca de la ballena en la vida de Bermeo y en su economía se manifiesta de manera evidente en su escudo de armas.
La ballena proporcionaba riqueza a Bermeo, pero no debemos olvidar que su caza era una actividad peligrosa, tanto por el riesgo que suponía su captura, que exigía enfrentarse al cetáceo en pequeñas lanchas, como por la dificultad que suponía atravesar el Atlántico para llegar a Terranova y pasar en aquella tierra largas temporadas.
Durante los siglos XIV, XV y XVI la ballena se pescaba muy cerca, en la costa, y los talayeros alertaban de su presencia a los pescadores. En esta época el número de cetáceos que visitaban la costa era numeroso. Durante el s. XVI y a finales del s. XVII, los pescadores balleneros comenzaron a desplazarse a Asturias, Galicia, y a la lejana Terranova donde realizaron cacerías durante casi un siglo hasta que a principios del s. XVII fueron hacia Groenlandia debido a la escasez de cetaceos en Terranova. Estas expediciones suponen un cambio en las embarcaciones, siendo las que van a ultramar naos y galeones con tripulaciones de alrededor de 60 personas, y con posibilidad de llevar a cabo el despiece y aprovechamiento de la ballena en el propio barco y en las costas cercanas.
De la ballena se aprovechaba todo: carne, lengua, huesos, vértebras, barbas, y, por supuesto, el aceite,... la captura de una ballena alimentaba a muchas familias, y las travesías a Terranova eran auténticas empresas.”